Como ya hemos dicho en otras entradas, justo antes de la pandemia estábamos casi listos para salir con este medio digital. Pero el huracán del covid se llevó tantas cosas que tuvimos que reinventarnos como la mayoría de la gente.
Así que algo muy importante de lo que el viento pandémico se llevó, fue la reseña que teníamos preparada del libro “El infinito en un junco”, de Irene Vallejo, pues se ha escarbado tanto entre la vid del conocimiento de sus páginas que sería una labor perenne narrar lo que nos maravilló de la obra.
Sin embargo, aludiendo a Goethe, y para no quedarnos con el gusanito (como decimos aquí en México), decimos: “Lo importante no es hacer cosas nuevas, sino hacerlas como si nunca nadie las hubiera hecho antes”. Así que trataremos de hablar del libro a manera de apuntes personales desde la perspectiva editorial de nuestro medio.
La prosa
Nos cautivó la forma de narrar una obra que lleva tantos nombres, tantas fechas, tantos hechos… Nos sentimos como cuando de pequeños nos contaban historias maravillosas que sólo tomaban forma cuando pasabamos los ojos por las páginas donde estaban contenidas. Porque, si lo vemos bien, es un trabajo de una rigurosidad académica bárbara que sólo contándose como lo hace Irene Vallejo puede perdurar en nuestra memoria y, sobre todo, en nuestro corazón como una hermosa carta de amor a los libros.
Las citas
Cuando comenzamos a adentrarnos en ese pequeño arroyo de citas alusivas a libros (obvio), personas, ciudades, guerras, amores y locuras intentamos anotar como estudiantes cada cita. Son tantas y tan enriquecedoras que de pronto ya era el delta del Nilo y estábamos enredados en las raíces de tanto junco. De pronto fue increíble que del andar de Alejandro cargando sus libros favoritos hacia la conquista del fin del mundo nos llevara al Berlín de Win Wenders o incluso a una imagen de Ciencia ficción de la mano de Stanley Kubrik. Lo más fascinante fue que, de pronto, continuábamos en la clase magistral de la historia de los libros.
Alejandría
Cuando fuimos niños y nos hablaban de las Siete Maravillas del mundo. En la lista aparecía la Biblioteca de Alejandría, que contenía casi todo el conocimiento del mundo antiguo. A veces se imaginaba con un edificio, otras veces como una institución, pero a la luz de las palabras de Irene Vallejo parece un amor perdido; una entidad etérea con aroma a ser amado. Es increíble esa revelación de identidad de ese portento guardián de los libros en la antigüedad. Ufffff.
La piedra de Rosetta
Para los que están cercanos al mundo de la computación, es muy común hablar de la app Rosetta, que permite correr aplicaciones que fueron hechas para funcionar en un determinado procesador, en otro de diferente arquitectura. Saber que el nombre de dicha app está basado en la historia de la traducción entre el antiguo sistema de escritura egipcio y el griego es fascinante. Sobre todo por lo que implicó en la historia de la civilización y lo que hubo en consecuencia en cuanto al conocimiento ancestral.
La historia de los formatos
Hoy en día, en que un tweet envejece en horas al igual que un tutorial sobre cualquier cosa técnica, entre algunos parecía de locura que algo inscrito en una piedra o un pergamino tuviera mayor importancia que la histórica. Parece muy fácil escribirlo en una laptop y leerlo en un lector digital, sin embargo nos hizo concientes del correr de nuestros tiempos; que el conocimiento sigue y perdurará hasta que los humanos duremos. Lo que cambia es el soporte físico donde se contienen las palabras que le dan sentido a la realidad; que somos afortunados al tener Internet y contar con un asistente como la inteligencia artificial. Pero sobre todo porque ahora somos dueños en potencia de todo el conocimiento acumulado a lo largo de la historia de la humanidad gracias a los libros en cualquiera de sus formatos. Gracias, Irene.