Lo que sigue son mis encontronazos fortuitos con el maestro (a manera de mosaico textual) y que fueron causa y efecto de mis más grandes vicios etéreos: la música y la literatura.
Uno. El flechazo de un bromance imaginario
La segunda novela de José Agustín, “De Perfil”, fue publicada en 1966 por la editorial Joaquín Mortiz dentro de su “Serie del volador”, mucho tiempo antes de que yo naciera. Yo la leí 20 años despues de ver su luz literaria, en 1986, en ese entonces publicada en una colección de la SEP llamada “Lecturas mexicanas”. Di con el ejemplar porque me gustaba husmear los libros de las casas que visitaba. Esta colección la encontré en la casa de una amiga cuyo padre gozaba de privilegios para tener todos los tomos de “Lecturas mexicanas”. Me gustaba sacar esos libros de sus bolsas de plástico y aspirar su olor a nuevo. Los hojeaba pero pocos me engancharon a la primera para leerlos. Cuando leí la cuarta de forros de “De perfil”, la conexión fue inmediata. Era un chavo casi de mi edad que vivía en mi misma ciudad y casi en mi mismo barrio; tenía mis mismos gustos musicales y mis mismos temores. ¿Cuántos no habremos caido bajo ese influjo literario inmediato?
La lectura de esta novela fue un parteaguas en mi vida como lector. Descubrí que el autor pertenecía al movimiento de la “Literatura de la onda”, junto con René Avilés, Parménides García Saldaña y Gustavo Sainz. Me tragué de un bocado sus obras. Entonces supe que eran comparados con los Beatniks y así, hurgando, me fui hasta el “Sturm un drag”, a la “Generación perdida”, a “Los contemporáneos”, a “Los parnasianos” “Los estridentistas”… Todo esto me conectó para siempre con la literatura.
Dos. La música y las letras en la pantalla chica
Mi mamá cantaba las canciones de Angélica María. El rocanrol sesentero se escuchaba mucho en mi casa. Pero no era mi música, era la de mis padres y mis tíos; aunque a veces las coyunturas de la vida nos sorprenden. Cuando tenía 10 años, antes de leer “De Perfil”, vi en la televisión una película protagonizada por la renombrada actriz y cantante Angélica María: “Ya sé quien eres” (Te he estado observando, 1972). Había greñudos rebeldes que igual habitaban mi ciudad, hablaban como los cuates que se juntaban afuera en la esquina de mi casa y, sobre todo, los sonidos que fondeaban eran de rock progresivo, funk, temas que no eran los de mis padres. Jamás olvidé que un ídolo de mis progenitores podía vivir en un universo que tuviera por soundtrack música que me encantara. Cuando me adentré de forma teórica y autodidacta en la “Literatura de la onda”, me encontré con la agradable sorpresa que esos diálogos que me conectaron con la música que quería tocar, venían de la imaginación de José Agustín y su literatura guionada.
Tres. La onda es encontrarle
Tiempo despúes, ya universitario y echado a perder por el influjo del rock, el cine y la literatura, “flipaba”, como dicen los españoles, en la cineteca de la facultad con películas que tuvieran como fondo aquel legendario género musical de rock. Así llegué al largometraje de Paul Leduc llamado “¿Cómo ves?”, de 1986. Un híbrido experimental entre ficción y documental, entre musical y didáctica de las calles de la Ciudad de México, mi ciudad. Es un documento recomendado para conocer la vida cotidiana entre jóvenes de zonas suburbanas que siempre encuentran consuelo en la música. Si la ven, se adentrarán en ese universo agridulce del desencanto sazonado por el rock. Pero, como la vida es una espiral, volví a hacer click con la obra del maestro. A mitad de la película dos personajes se encierran en un cuarto de hotel y, para mi sorpresa, LA SECUENCIA romántica de la película es un fragmento del cuento ¿Cuál es la onda?, incluido en el libro “Inventando que sueño”,que nuestro héroe literario escribió en 1968, y dice así:
Te amo y te extraño, clamó él.
Te ramo y te empaño, corrigió ella.
Te ano y te extriño, te mamo y te encaño, te tramo y te engaño, quieres más…
Reconocer sus palabras en forma de metatexto en una obra a la que llegué gracias a la lectura de “De perfil”, y que me volvió lector asiduo del maestro, fue a thing, dirían los gringos, o la mamada, dirían en el barrio.
Cuatro. La homilia del sacerdote en el templo
Para el año 2005 yo era editor de la revista “Gritafuerte” que, entre muchas cosas estaba enfocada en el público juvenil, era soez a su manera y presentaba mucha, pero mucha música, en su mayoría rock. Mi vida ya eran letras, música y rebeldía a mi manera. (Vaya que el influjo de nuestro héroe en cuestión movió mis pasos). El 3 de febrero de ese año, José Agustín presentó su novela “Vida con mi viuda” en el legendario Foro Alicia, al cual también me ligan muchos y grandes recuerdos. Ese día el maestro leyó el capítulo 0 de su nueva obra, mientras la banda Austin TV (que era recurrente en mi medio) fondeaba la lectura. Confieso que pasé el evento de noche. Ese día también era un semidios que celebraba mi vida gracias a su influencia, punto.
Cinco. La nostalgia por lo que nunca pasó
Hoy que ya he ido y venido, cuando gozo leer en la sala mientras mi esposa edita literatura y alguno de nuestros perros duerme en mi regazo, sorbo tragos agridulces de las noticias de Cuautla, mi ciudad adoptiva a la cual llegué por amor. Hasta después de la pandemia soñaba con caminar casualmente por estas calles y encontrarme con El maestro para tener la oportunidad de decirle cuánto marcó mi vida. Que no fue el único, pero fue de los que pegaron más fuerte y también fue el primero. Que lamento no haber ido a su último homenaje en vida que sucedió a sólo metros de la casa de mi suegra. Que no nos enteramos por la cautela ante las noticias y sus malos agüeros. Ya, sólo para autoconvencerme de que de algún modo estamos conectados, (como seguro piensan miles, y más en este momento), me gusta pensar que algún tiempo, al final, habitamos la misma ciudad, otra de la Ciudad de México, (la de nuestra conexión primera), que la protagonista de su primera película se llama como mi esposa y que la suya (su esposa), se llama como mi mamá, a quien debo la manía de hurgar en las bibliotecas ajenas.