Dice una rola del grupo de rock Ritmo peligroso que: “la suerte siempre ha de llegar cuando menos esperas que pueda pasar”. Y lo puedo corroborar con base en lo que me sucedió el fin de semana pasado, específicamente el 2 y 3 de marzo de 2024. Viví tres grandes momentos de música mexicana (clásicos rancheros y boleros inmortales). Fueron tres actos muy diferentes, pero convergentes en el sentimiento y el repertorio de grandes temas musicales destinados a la inmortalidad.
Para alguien que tiene el corazón fracturado en este momento, vivir tanta intensidad de música necesaria para exorcizar el dolor en menos de 24 horas, es digno de reseñar del propio puño y tecla. Porque no sería legal dejarle el texto a la asistencia de automatización llamada Inteligencia Artificial, pues esos ceros y unos no sienten como quien escribe estas líneas. Así que, trago en la mano, lágrima en la mejilla y con la memoria en el corazón, me arranco con la reseña.
Buika en el Teatro Esperanza Iris
Agustín Lara no tocaba la guitarra, José Alfredo Jiménez componía de a silbido y Buika, la cantante catalana de ascendencia africana canta con una voz de ave de presa: libre, ligera, graciosa, pero con una garra que arranca lágrimas con su interpretación. Hacía dos años que había prometido un homenaje a Los Panchos plasmado en un disco. Sinceramente no sé qué pasó con esa intención de grabación, pero sí sé que su concierto del sábado en el Teatro Esperanza Iris (ojalá lo hayan grabado), fue una gran sustitución a esa promesa. Aquí la reseña de la ceremonia musical que comenzó sucediendo al ocaso chilango.
No voy a hablar de la cronología de las canciones ni de la luz del escenario, ni de sus escalas escénicas desde que dijo que sacaría el disco hasta el momento en que la escuchamos, hablaré de lo que viví particularmente pegado a la butaca de ese gran recinto en el corazón de la Ciudad de México.
Su interpretación con acento de sabor español y retrogusto flamenco le da un toque particular a su manera de hacer música mexicana. La versión que nos regaló de “Caminemos”, obra del Güero Gil, de Los Panchos, es soberbia. Sin requinto de por medio, sólo un ostinato de batería y congas pincelado por un pad de teclado, acompañados de un pedal de bajo de son cubano profundo que entraba por todos los poros de los presentes en el teatro. Eso sí, el ensamble de metales nos saca de esos ritmos hipnóticos para espabilarnos y conectarnos con la realidad. Esta canción es el claro ejemplo del estilo que maneja la consagrada cantante que ya ha grabado música mexicana con anterioridad y la asimila perfectamente; la mezcla con ritmos afrocubanos y armonías de jazz hacen único su show.
Por si fuera poco, su desparpajo sobre la tarima y su sinceridad nos tocan profundamente. Ha dedicado el show a su madre, quien en vez de llorar escuchaba boleros en el radio. Todos los presentes sabemos lo que siente, pues conectamos con su interpretación de “Amor eterno” de Juan Gabriel, donde nos deja de manifiesto que internalizó las penas de su mamá y las hizo volar como pájaros en forma de música para que su público vuele con su voz.
La Santa Cecilia en el Auditorio BB
Son pasadas las 8 de la noche, vamos corriendo por los caminos del Centro Histórico de la CDMX, pasamos por esas calles donde hace más de seis décadas sonaban las canciones de Agustín Lara en la calle de Artículo 123, específicamente en “La W”, la primera estación de radio en México. Vamos conectando con la música que nos espera en la Colonia Roma, pero mientras pasamos por la Plaza Garibaldi, mirando a los mariachis acercándose a los autos para interpretar el “repetitorio” mexicano por excelencia. La patrona de estos clásicos combos de música mexa es La Santa Cecilia, el mismo nombre de la agrupación llegada de Los Ángeles, California, que viene a inocularnos su sentimiento de paisanos inmigrantes en Estados Unidos.
Este conjunto musical ya lleva más de tres lustros combinando en sus shows y grabaciones grandes temas del cancionero mexicano con canciones de su autoría con toques de cumbia texana acordeonada, pinceladas pop, sones huastecos y su mayor distintivo: un sonido de requinto que nos remonta a la época de oro de los tríos en México y Latinoamérica.
La voz de Marisoul, su vocalista, es ligera, digerible al oído, lejos de la de Chavela Vargas, pero su carisma en el escenario es su principal gran característica. Esto, mezclado con el talento del guitarrista y acordeonista Pepe, hacen que el concierto se convierta en una fiesta de borrachera mexicana, pues el grueso de su set list son canciones clásicas como “Amar y vivir”, “Leña de pirul” y “Un mundo raro”. Eso sí, con un sonido fresco transmitido por una batería con toques de rock y una guitarra eléctrica que hacen las veces de amalgama entre el sonido de hace 80 años con lo contemporáneo.
Rebotamos un poco entre la música de resistencia de su inspiración y los clásicos de dolor, pero convergemos en la fiesta mexicana, con todo y bebida de cortesía de los músicos que, cuales anfitriones de celebración oaxaqueña, reparten mezcal entre los asistentes mientras cantan entre las butacas. El preámbulo ideal para sostener un diálogo con el dolor durante una calurosa noche en la CDMX, mientras continuamos degustando mezcal.
Xavalii Ensamble en el Museo Nacional del Virreinato
Es domingo a medio día, todavía con divagaciones mentales estilo “El bulevar de los sueños rotos”, de Joaquín Sabina, y después de un desayuno dominguero de tianguis, asisto a otra ceremonia de música inmortal mexa, esta vez en Tepozotlán, pueblo mágico en el Estado de México. El templo (literalmente) es el Museo Nacional del Virreinato. Aquí se respira historia por donde sea. El recinto fue un Seminario de la compañía de Jesús y ahora alberga obras de arte de otros tiempos.
El escenario que tengo enfrente es un retablo de hace siglos, doradísimo e imponente, donde regularmente se presenta música sacra, música de concierto, música de cámara… Pero estamos a minutos de romper con esa tradición. Xavalii Ensamble, el grupo que se presenta ante mí, se apresta a interpretar música de grandes compositores mexicanos, como Guti Cárdenas, Agustín Lara, Tomás Méndez, entre otros. La noticia es que, a pesar del repertorio, la interpretación no deja de hacernos sentir que estamos en un concierto de música “culta”. La voz de la cantante, Mónica Téllez, está evidentemente formada por la ejecución de música de bel canto, pero con un sentimiento que desearíamos escuchar en el Tenampa. Además, la percusionista claramente nos habla de su pertenencia a la música filarmónica. La fusión es agradable y, sobre todo, penetrante para los corazones que dominguean en este hermoso lugar.
El momento del recital, entre otros como el segmento de música oaxaqueña, se lo lleva cuando la agrupación interpreta “Cucurrucucú Paloma”. La guitarra de concierto con una ejecución impecable fondea esa voz que se quiebra y nos remonta a una escena de película de Pedro Almodóvar. Sin duda, un gran cierre para este paréntesis de música mexicana que viví el fin de semana. Mis palabras no hacen justicia a mis sentimientos germinados con el riego sensible de tales eventos.
Mira más reseñas de conciertos en nuestra sección SONAR